Con enorme pesar, comunicamos el fallecimiento de Silvina Zuñiga, colega y conocida de nuestra asociación. Acompañamos en este momento tan difícil a su familia y compartimos una carta de su esposo Adolfo De Roodt, Director de nuestra revista Acta.
Silvina Nélida Zúñiga, 30 de abril de 1967 – 17 de julio de 2020.
Hay cosas que jamás pensé que debería hacer en la vida. Entre ellas escribir algo sobre Silvina, madre de Carolina y esposa de Adolfo, quienes estamos escribiendo esto:
Por razones etarias y lógicas de la vida, yo, Adolfo, pensaba como su esposo que quien acompañaría a mi hija Carolina en su graduación académica, en su crecimiento y establecimiento en la sociedad, sería Silvina. Pero ella nos dejó antes de forma más que inesperada. Silvina falleció con 53 años, 2 meses, y 17 días.
Su vida no fue fácil. De hecho fue muy difícil, sin embargo superó las dificultades que durante toda su vida fueron apareciéndole, tanto desde los aspectos humanos y familiares como hasta los físicos en relación a enfermedades y accidentes.
Accidentes inexplicables en la infancia que repercutieron en el resto de su vida, problemas de salud desatendidos de los cuales recién de adulta pudo comenzar a enfrentar… Debió hacerse cargo a edad temprana y sin experiencia, pero con mucha voluntad, de situaciones familiares y laborales en las que la vida la puso, y muchas cosas más. Pero fue una luchadora desde niña, que como pudo enfrentó lo que la vida le puso sin ella buscarlas, siempre de frente a todo.
Durante toda su juventud estudió ballet, actividad que tuvo que abandonar por problemas familiares y necesidades de su vida, que la alejaron para su dolor, de esa vocación que amaba. Se decidió a estudiar medicina veterinaria por su amor y respeto por los animales. Lo hizo y en gran parte de su carrera debió trabajar, y también en gran parte la hizo siendo madre y esposa. Su tesonería la llevó a su meta. No sin muchísimo esfuerzo, llegó a graduarse de Veterinaria con orientación en Salud Pública de la Universidad de Buenos Aires, y estaba estudiando al momento de su muerte para rendir el examen de residencia en Salud Pública, de acuerdo al campo que le interesaba para desarrollar su actividad profesional. El día de su graduación ella (y nosotros) no cabíamos dentro nuestro de alegría. Sus primeros trabajos y ejercicio profesional los desempeñó con responsabilidad increíble para quien, si bien no trabaja, como yo, como veterinario desde hace casi 30 años, lo es y conoce el medio. Amante y orgullosa de su profesión, amante de los animales y respetuosa de ellos hasta lo máximo posible y amante del papel del veterinario en la salud pública.
Fue una madre increíblemente comprometida con la crianza de su hija y una esposa muy compañera. Con los altibajos lógicos de las relaciones humanas, el saldo es enormemente positivo, lo que aumenta el dolor y la bronca a no contarla ya más entre nosotros. A pesar de los malos momentos y discrepancias existentes entre matrimonios, siempre nos mantuvimos juntos, con altibajos, pero el resultado es que después de 23 años, aún estuvimos juntos hasta que de forma inesperada, se nos fue.
Muchas amigas y amigos de la Asociación Toxicológica la conocieron. Su buen humor, su participación en reuniones, su alegría, su enjundia en las cosas que creía y en las que quería, su desinterés y solidaridad. Nadie que la haya conocido y tratado puede negar estas cualidades. En el ámbito privado social, las virtudes de su personalidad eran evidentes aún para quienes recién la conocían. Visceral y altruista con los afectos, aún con los nuevos.
A todo esto sumo su esfuerzo personal por mejorar a pesar de sus enfermedades y los problemas personales que arrastramos todos y de los que ella debió soportar a partir de quienes convivimos con ella. Fue una luchadora que siempre trató de mejorar con las herramientas que pudo hacerse durante su vida.
Excelente madre de su única hija Carolina, por quien se desvivía, y quien llora hasta los límites posibles su ausencia junto con su padre. Y ambos no nos explicamos que pasó, y esperamos que entre en cualquier momento en la casa apurada con la recepción extremadamente alegre de sus “nenas”, esto es nuestras perras mascotas a quienes Silvina amaba y cuidaba con locura.
Como todos nosotros fue una mezcla de virtudes y defectos. Sin embargo sus virtudes superaban enormemente a los segundos, y al analizar a la persona, no solo sus virtudes opacaban los defectos, sino que los eliminaban. Nadie que ha haya conocido ha podido olvidar su intensidad en todo lo que emprendía, en lo afectivo, profesional, en lo cotidiano, en todo. Pocas personas he conocido más predispuestas a ayudar a quien lo necesite, sea conocido o no, a defender la justicia, a jugarse en su totalidad por lo que creía y por los que quería.
Si bien es una realidad dolorosa que extrañamos a los seres queridos cuando no están, en el caso de Silvina esto será mucho mayor, para quienes convivimos con ella por su cariño incondicional, dedicación a la familia, apoyo en todas las tareas de todos, y miles de cosas cotidianas más. Pero también a quienes la veían o contactaban esporádicamente, por sus características personales, intensidad en lo que hacía y virtudes. Los amigos de la Asociación Toxicológica que han compartido reuniones con ella podrán afirmar esto sin ninguna duda.
Silvina, te extrañamos. Fuiste la mejor madre y esposa que alguien pudo tener. El dolor que deja tu ausencia en todos los que recibieron su cariño es enorme, y solo el tiempo dirá cuando se cerrara la herida de no tener tus risas, tu alegría, y tu amor inmensurable con nosotros.
Te amamos, Silvina. Fuiste una alegría para nuestros días.
Carolina y Adolfo.
NOTA.
Su muerte, de una forma inesperada, pone en evidencia la fragilidad de nuestras vidas y lo inexplicable del hecho lamentablemente cierto de dejar de estar en un momento, sin previo aviso. También en este momento, estos hechos ponen de manifiesto las fallas nuestras como sistema. Estas actualmente profundizadas por la pandemia que sufrimos, o mejor dicho por las medidas para combatirla, o mejor dicho aún, la interpretación de las mismas y la voluntad de quienes la ejercen operativamente de facilitar los momentos horribles de los deudos en este contexto de interés sanitario en muchos casos. Desde la atención inicial de urgencias, los trámites que deben realizar los deudos en estas situaciones, y la imposibilidad de tener una despedida, aún mínima, que quien no volveremos a ver, al menos en esta vida. Admiro y envidio profundamente a los creyentes.
Ruego que quienes deciden lo que hay que hacer tras una muerte, tengan en cuenta que los deudos están en un momento más que frágil. Como están dadas las cosas, no facilita en absoluto el paso de ese momento y genera cicatrices enormes. No se puede hacer un luto adecuado. Además de perder a un ser querido en condiciones inesperadas los deudos son sometidos a los manoseos administrativos. El retraso inexplicable de la inhumación de los restos y la imposibilidad de poder estar con ella al menos unos minutos, no con la mirada de la muerte o agonía de la última vez que la vimos, sino en la despedida que todos necesitamos para tener un duelo que no deje cicatrices en nuestras mentes y corazones. Hoy al estado de las cosas, eso lamentablemente es imposible.