Los lichis, esas pulpas blanquecinas que recuerdan a las uvas, dulces aunque en ocasiones con un toque ácido, son un fruto subtropical bastante popular en ciertas regiones de China, India o Australia, los principales países productores. Pero son también, a la vista de un estudio publicado recientemente, la causa de la misteriosa enfermedad que al inicio de cada verano se cobraba la vida de cientos de niños en el distrito de Muzafarpur, al nordeste de la India.
El enigmático brote se repetía, desde 1995, a mediados de mayo, cuando las temperaturas se disparan en esta región tapizada de plantaciones de lichis y los niños pasan tiempo jugando y corriendo por ellas. En esas antesalas del verano, críos aparentemente sanos se despertaban con fuertes llantos, alteraciones sensoriales o convulsiones. Al llegar a los hospitales de esta parte del Estado de Bihar (el de menor PIB per cápita de todo el país), muchos —siempre menores de 15 años— entraban en coma. Y entre tres y cuatro de cada 10, morían. Semanas después, en julio, llegaba el monzón y la epidemia desaparecía de nuevo.
Entre las teorías más o menos fundadas que investigadores y expertos habían barajado en esos años para explicar las muertes aparecían distintas infecciones del encéfalo, la ingesta de metales pesados o la exposición a pesticidas usados en los cultivos. Pero hace tiempo que muchos sospechaban que los lichis —la región lidera con mucho la producción de India— tenían un papel importante en el rompecabezas.
Tuvieron que pasar 18 años desde las primeras alertas hasta que se llevó a cabo un estudio sistemático para hallar la causa. En 2013 el centro nacional de control de enfermedades indio lanzó una investigación en colaboración con su equivalente estadounidense, cuyos resultados ha publicado ahora la prestigiosa revista médica británica The Lancet.
No se encontraba en los niños enfermos indicio alguno de infección, ni de contagio: cada uno parecía ser prácticamente un hecho aislado en su propia comunidad. Además, pruebas de laboratorio habían revelado que muchos pacientes afectados ingresaban en los centros con niveles bajos de glucosa en sangre, y la mortalidad iba en función de esos niveles. Entonces, los expertos se centraron en buscar una toxina que estuviera presente en el ambiente de los enfermos y que pudiera dar lugar a bajos niveles de azúcar y a las subsiguientes convulsiones y encefalopatía que les llevaban a la muerte.
¿SE PUEDEN COMER?
Los lichis son una gran fuente de vitamina C, y como casi todas las frutas tropicales, tienen un alto contenido de potasio. «Eso sí, cuando se comen frescas. Las de lata o en almíbar no tienen las mismas propiedades», matiza Ana Islas Ramos, experta en nutrición de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación).
La especialista recalca que las muertes registradas en Muzafarpur y otros lugares son «casos particulares» que se han dado en un contexto y unas condiciones muy concretas, y no cree que deban causar alarma a los consumidores de lichis de otros países.
Los autores del estudio también insisten en que las recomendaciones de minimizar el consumo de estos frutos y asegurarse de cenar tras hacerlo se dirigen «específicamente a los niños de las áreas afectadas por el brote».
Fue entonces cuando volvieron a poner la lupa sobre los lichis, omnipresentes en la vida diaria de una región en la que ocho de cada 10 habitantes se dedican a la agricultura y muchos de ellos viven de producir este fruto, rico en vitamina C, cuya cobertura rojiza se pela para comer la pulpa blanca que recubre la semilla. Estudios anteriores sobre otra fruta conocida como el seso vegetal (de la misma familia que los lichis) ya habían demostrado que la toxina hipoglicina A, presente en aquella, era la causante de la mortal enfermedad del vómito jamaicana o síndrome hipoglucémico tóxico. «Establecer esa relación entre ambos casos fue esencial para avanzar», recuerda Padmini Srikantiah, una de las autoras del estudio. La pista casi definitiva.
Los análisis efectuados por los investigadores en los dos hospitales de referencia en el distrito de Muzafarpur, aportaron más indicios. Entre el 26 de mayo y el 17 de julio de 2014, ocho de cada 10 niños que llegaban con los síntomas de la dolencia presentaban distintos grados de desnutrición o retrasos en el crecimiento a causa de la falta de alimento suficiente. «El estado nutricional debía tener algo que ver», apunta Srikantiah, una epidemióloga del centro de control de enfermedades estadounidense.
Los padres o cuidadores que los llevaban a los centros aseguraban, en el 94% de los casos, que los niños parecían sanos y que los síntomas (vómitos, convulsiones, inconsciencia…) habían aparecido en menos de 24 horas. En ese periodo estival de 2014, murieron 122 de los 386 chavales que llegaron a los hospitales de Muzafarpur.
Fue al cruzar las actividades de 104 afectados en las 24 horas anteriores al ingreso con las de otros tantos pacientes de las mismas edades que sufrían otras dolencias, cuando se terminó el cuadro. Los resultados arrojaron que haber comido lichis en casa (o haber estado en una plantación donde las podrían haber comido) era el principal factor de riesgo. Y de quienes habían ingerido los frutos, había más afectados entre los que los comieron verdes o inmaduros, podridos o del suelo. Pero sobre todo, la probabilidad de caer enfermo aumentaba entre quienes, habiendo tomado lichis, no habían cenado ninguna otra cosa la noche anterior.
Aunque ya se habían publicado recomendaciones siguiendo esta teoría, instando a los padres a asegurarse de que sus hijos cenen todos los días y eviten comer lichis en esa época, en junio de 2015 y 2016 se registraron aún pequeños brotes de esta encefalopatía infantil en la zona. El Gobierno de Bihar ha insistido en que, ante estos casos, se midan y corrijan los niveles de glucosa inmediatamente. Otra historia es luchar contra la desnutrición, habitual entre la población infantil de la región, y que también parece aumentar las opciones de caer en esta trampa mortal con forma de fruto dulce.
SIN RECURSOS PARA INVESTIGAR
«Brotes como el de Muzarfapur ilustran cómo las amenazas a la salud pública a priori inexplicables en lugares con pocos recursos acostumbran a quedar aparcadas sin investigación», señala la doctora Padmini Srikantiah, epidemióloga y una de las autoras del estudio. Desde las muertes que hicieron saltar la alarma, en 1995, hasta la puesta en marcha de este estudio merced a la colaboración indo-estadounidense en 2013, pasaron casi 18 años, en los que las distintas tesis e investigaciones no llegaban a una solución.
«La investigación de enfermedades sin explicar presenta muchos retos en este tipo de ambientes. Solo un enfoque sistemático, contando con médicos, epidemiólogos, científicos, toxicólogos… se pueden conseguir los datos necesarios para alcanzar conclusiones útiles», apunta Srikantiah.
Fuente: El País
Compartimos el trabajo completo: Brote de encefalopatía tóxica aguda asociada al consumo de lichi en Muzaffarpur, India