Científicos de la Universidad de Illinois en Chicago (Estados Unidos) han descubierto que vivir en zonas con una mayor exposición a contaminantes nocivos en el aire, el agua y la tierra se asocia con un mayor riesgo de desarrollar cáncer.
Aunque muchas investigaciones previas ya habían vinculado los contaminantes individuales con un mayor riesgo de determinados tumores, este trabajo publicado en la revista ‘Cancer‘ se centró en cómo puede influir la combinación de varios contaminantes ambientales.
Para la investigación, se analizó la tasa anual de nuevos diagnósticos de cáncer en varios condados de Estados Unidos y encontraron que una incidencia media de 451 nuevos casos por cada 100.000 habitantes. Pero en las zonas con una peor calidad ambiental, la media se incrementaba en 39 casos más por cada 100.000 habitantes al año.
“Tuvimos en cuenta una amplia definición de las exposiciones ambientales, que incluyen la contaminación en aire, agua y tierra, y también factores ambientales sociodemográficos», explicó Jyotsna Jagai, autor del estudio.
Para evaluar la relación entre la calidad ambiental y el riesgo de cáncer, los investigadores examinaron datos sobre la exposición a diferentes contaminantes entre 2000 y 2005 y los nuevos diagnósticos de cáncer entre 2006 y 2010.
En comparación con quienes viven en condados con mayor calidad ambiental, los hombres que viven en zonas más contaminadas tuvieron una media de 33 casos más de cualquier cáncer por cada 100.000 personas. En las mujeres, encontraron 30 casos de diferencia en la incidencia de cáncer en función de los niveles de calidad ambiental.
Más tumores de mama y próstata
Los investigadores también trataron de determinar cuáles son los tumores más comunes según los últimos diagnósticos. Así, descubrieron que los de próstata y de mama estaban fuertemente asociados con la calidad ambiental: en los condados más contaminados se presentaban 10 casos más de estos tumores por cada 100.000 habitantes.
Los autores reconocen que una limitación del estudio es que quizá el periodo de estudio no es suficientemente amplio como para vincular directamente los niveles de calidad ambiental con los casos de cáncer, ya que muchos tumores suelen tener un crecimiento lento y tardan muchos años en aparecer.
Asimismo, tampoco tuvieron acceso a otros datos de hábitos de vida de los participantes que pudieran influir también en el riesgo de cáncer, como el consumo de alcohol, la actividad física o la nutrición. «Tenemos que tener cuidado en sacar conclusiones hasta que no tengamos información detallada de los hábitos de vida de los participantes, ya que este riesgo observado podría deberse a tales factores más que al propio medio ambiente», agregó el investigador Scarlett Lin Gómez, del Instituto del Cáncer de Stanford, Estados Unidos, en una editorial que acompaña al estudio.
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