La pesca recreativa es una actividad que tiene un considerable impacto ambiental ya que va dejando piezas de plomo que se acumulan en los fondos rocosos del mar, contaminando las aguas.
Cerca de los acantilados es habitual que los plomos de las cañas de pescar, así como los sedales, se enganchen en las rocas y se pirdan en el mar. Con el tiempo, se produce un proceso lento de disolución del plomo y la destrucción de algunos organismos del fondo debido a la acción de los trozos de sedal.
Pese a la gravedad del tema, se han estudiado muy poco los procesos de la disolución del plomo en el medio marino y se desconoce el tiempo que estas piezas tardan en degradarse. Pero lo que sí está claro es que este metal pesado causa grandes problemas toxicológicos cuando es asimilado por los organismos vivos.
Además, basándose en las licencias de pesca recreativa que se expiden por año, se podría afirmar que el impacto que la actividad tiene en el medio ambiente marino es bastante elevada.
Junto con el mercurio y el cadmio, el plomo está entre los elementos químicos más peligrosos y los que causan daños graves a los organismos marinos, en especial a los que viven en el sedimento.
Además son bioacumulativos, es decir, los tejidos corporales de algunos organismos filtradores y de los peces que están al final de la cadena trófica pueden tener concentraciones muy altas de estos metales pesados.
Para intentar minimizar el impacto ambiental de la pesca algunos fabricantes han empezado a modificar la forma de estos elementos para evitar que se pierdan y queden esparcidos en el fondo. Lo más acertado, sin embargo, sería sustituir el plomo por otros materiales inocuos.