Peter Senge, profesor del MIT Sloan School of Management .

Peter Senge, profesor del MIT Sloan School of Management .Peter Senge, californiano de 69 años, cree que el principal problema del sistema educativo es que se basa en el modelo de la Revolución Industrial. Este profesor de la escuela de negocios del Massachusetts Institute of Technology critica que los colegios de todo el mundo replican un modelo de aprendizaje pasivo, en el que los docentes hablan y los estudiantes permanecen sentados y callados, “como si se les estuviese entrenando para trabajar en una fábrica”.
Considerado por The Economist como uno de los 50 pensadores más influyentes del mundo en el ámbito de la gestión empresarial, Senge asegura que la escuela tal y como la conocemos tiene que llegar a su fin. Según él, la fórmula siempre es la misma: los profesores tienen el control y los alumnos no son proactivos.
En una entrevista con El País, de España, afirma que el modelo debería basarse en «adultos y niños aprendiendo a la vez». «La idea de que los profesores tienen las respuestas y por eso lideran el aprendizaje ya no sirve, nadie sabe cómo se resolverán los problemas que ya nos afectan hoy, como, por ejemplo, el cambio climático. Los niños lo saben y por eso no se enganchan a la escuela, porque el profesor actúa como si tuviese todas las respuestas. El aprendizaje en el colegio se centra en evitar cometer errores. El contexto autoritario dentro de la escuela es tal que los chicos sólo quieren complacer al maestro«, explica el autor de La Quinta Disciplina, best seller publicado en 1990, sobre claves para hacer competitiva cualquier institución educativa.
El papel de los docentes, según Senge,  se debe basar en la creación de nuevas fórmulas pedagógicas para que los alumnos aprendan cosas sobre las que no hay respuestas claras.
«Singapur comenzó en el año 2000 su proceso de transformación del modelo educativo y el eje fue crear un entorno en el que todo el mundo aprendiera: profesores, alumnos y padres. Supuso un cambio radical, teniendo en cuenta que habían heredado el modelo británico, muy profesor-céntrico. El aprendizaje giraba en torno a la figura del experto, ahora los profesores plantean retos reales y los estudiantes aportan soluciones. No solo se plantean problemas artificiales para resolver en el aula. A los alumnos les motiva ayudar a su comunidad a ser más efectiva. La forma de hacerlo con un niño de ocho años o un adolescente de 18 es distinta, pero el principio es el mismo», asegura Senge.
«Esto supone que  el profesor del siglo XXI tiene que enseñar lo que no sabe. Ahí empieza la innovación», afirma.
El fundador de la Society for Organizational Learning (SOL) -una red de innovación en el aprendizaje en la que participan más de 19 empresas y organizaciones y mil escuelas públicas y privadas de diferentes parte del mundo- sostiene que este proceso de «desaprendizaje» es muy difícil de llevar a cabo por los docentes, ya que «tienen una identidad muy fuerte y se sienten orgullosos de estar al frente de la clase».
«Creen que mantener el orden y la atención en su discurso es lo que les hace buenos profesores y tal vez sea ese el problema, las lecciones magistrales brillantes -agrega-. Para que se produzca el cambio tiene que haber una masa crítica de esos adultos en las escuelas que diga basta».
¿Se trata de copiar el modelo de Finlandia o Singapur? Para Senge, no es la solución: «Hay que ser menos rígidos con la edad porque los niños avanzan a distintas velocidades. No tiene sentido dividir en cursos por edad. La escuela industrializada, ese es el problema. En las líneas de ensamblaje todo el mundo se movía al mismo ritmo y precisamente fue la era de la industrialización la que hizo a los lentos estúpidos».
Para ejemplificar su teoría, trae una anécdota del recuerdo: «Hace unos años conocí en Los Alpes a un físico austríaco que había trabajado con el Nobel de Física danés Niels Bohr -le concedieron el premio de 1922-, probablemente el físico más brillante de la historia. Le pregunté cómo era trabajar con él y me dijo que era muy lento, pero que cuando entendía algo, realmente lo entendía. La mayoría de científicos son pacientes, reflexionan, se toman su tiempo. Durante décadas se les ha hecho creer a los niños que no poder avanzar al ritmo que marca la escuela es sinónimo de ser idiota».
«Los niños dejan de ser curiosos por el miedo a cometer errores, y como consecuencia de eso, también dejan de ser creativos», finaliza.
 

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